domingo, 3 de marzo de 2019

Mudanzas

Abrí la puerta y no había nadie,
los juguetes acomodados y algunas cosas en el suelo.
En la cocina quedaban rastros de mis ingredientes favoritos,
no había fotos pegadas al refri, ni mensajes o listas de compra.

Subí las escaleras y mi mesita de noche estaba vacía,
sin libros o envoltorios de comida,
sin el vaso de agua.
Se sentía ya la ausencia.

Me acerqué a la ventana y aceché el atardecer una última vez,
me despedí del castillo que se veía a lo lejos,
aquél que me vio reír  y llorar día y noche.
Abandoné esa habitación con la mirada y sentí un hueco en la garganta.

Bajé de nuevo, empaqué mis cosas en maletas,
qué importan las cosas. Eran más los recuerdos,
los recuerdos que un día llegué feliz, y después conté los días
para irme.

Y ahí se quedaron, en bolsas dentro de una bodega fría y oscura.
Memorias, risas, resquicios de felicidad, dudas e inseguridades.
A miles de kilómetros, cerradas bajo llave.
Listas para empolvarse.

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